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El «Huevo de Invierno» de Fabergé se vende por más de 22 millones de euros

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El famoso «Huevo de Invierno», creado en 1913 por el orfebre ruso Peter Carl Fabergé por encargo del zar Nicolás II como un regalo para su madre, obtuvo un nuevo propietario el 2 de diciembre en una subasta en Londres. La obra alcanzó los 22,89 millones de libras esterlinas (alrededor de 30,2 millones de dólares estadounidenses) durante la «semana clásica» de Christie´s, superando levemente la valoración anterior de la casa de subastas, que estaba cerca de los 20 millones.

La venta se concretó en solo unos minutos de puja, y el comprador, cuya identidad se mantiene en secreto, adquirió una de las piezas más deseadas del mundo Fabergé. Este precio marca un récord en el mercado: hacía más de 23 años que no se subastaba un Huevo Imperial.

Una pieza extremadamente rara

Fabergé produjo apenas 50 Huevos Imperiales entre 1885 y 1916 para los zares Alejandro III y Nicolás II, quienes los ofrecían como regalos de Pascua. De estos, solo siete se conservan en colecciones privadas; el resto se ha perdido o forma parte de colecciones estatales y museos.

El Huevo de Invierno es notable por su alta complejidad técnica. Está hecho completamente de cristal de roca, tanto la parte principal como la base, lo que le otorga un aspecto translúcido especial. Según Margo Oganesian, responsable del departamento de Obras Rusas en Christie´s, es «una de las creaciones más complicadas que Fabergé pudo hacer.»

La joya está adornada con copos de nieve elaborados en platino y engastados con diamantes de talla rosa. La ficha original indica que el huevo tiene más de 4.500 diamantes, un aspecto que lo hace destacar dentro del ya exclusivo grupo de huevos imperiales.

Un mensaje de renovación

Con una altura de aproximadamente 15 centímetros, el huevo se abre para mostrar un pequeño cesto de platino lleno de suaves flores blancas de primavera. El simbolismo, según Oganesian, es claro: «Representa la llegada de la primavera luego del invierno, es decir, la resurección.»

El diseño fue realizado por Alma Pihl, una de las pocas mujeres joyeras en el taller Fabergé. Según cuenta la leyenda, su inspiración surgió al observar los cristales de hielo que se formaban en una ventana cerca de su lugar de trabajo.

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